Texto 1: "El paisaje sin reglas".
"Una primera comprobación: la naturaleza dominaba al hombre.
El
Uruguay de 1800 a 1860 no tenía casi puentes, ni un solo kilómetro de vías
férreas, los ríos separaban las regiones en el invierno durante meses, las
diligencias demoraban cuatro o cinco días en unir Montevideo con la no muy
lejana Tacuarembó.
La
noche era invencible. Las velas alumbraban poco y el gas, recién instalado en
1856, iluminaba escasas cuadras de la capital desde su nauseabunda usina. El
calor y el frío eran ingobernables; el carbón vegetal y la leña, únicas fuentes
de calefacción, aliados con los ladrillos calientes en la camas, resultaban
insuficientes en invierno. El frío era el estado natural de todos los
habitantes entre mayo y setiembre y por
eso deseaban tanto el “veranillo de San Juan”.
El ojo
contemplaba muy pocas cosas que se debieran al hombre. Los sembrados eran
pequeñas islas verdes en torno a no más de diez villas y ciudades. Lo edificado
en éstas era escaso y la naturaleza se colocaba, penetraba, por doquier, y la
continuidad de la edificación no era frecuente sino en torno a las plazas
principales. Luego de la Guerra Grande, dirá Juan L. Cuestas: “Los pueblos parecían
aldeas, las calles sin empedrado, donde los pastos crecían a la altura de un
hombre […]”.
La
medición del tiempo, ese supremo factor distorsionador de la naturaleza, estaba
regulada en el Montevideo de 1850 más por las campanadas del reloj de la
Iglesia Catedral y los toques de oración que por los enormes y raros relojes de
bolsillo que pasaban como joyas de generación en generación. El tiempo estaba
determinado por la altura del sol, sobre todo porque los trabajos predominantes
–en la campaña y aún en la ciudad- se realizaban siguiendo el reloj biológico
de la madrugada, la mañana, el mediodía, la hora de la siesta y la tarde.
Únicamente los saladeros, durante la zafra, violaban esta regla.
La
naturaleza era agresiva con el hombre. Los ríos no se podían vadear sino en
puntos determinados y sus saltos y corrientes no habían sido disciplinados. Las
ciénagas, los esteros y los bosques abundaban.
Eran
también numerosos los animales salvajes, al grado de que el litoral del Río
Uruguay fue calificado en 1859 por el marino norteamericano J.A. Peagody, como
“la mejor región de caza que haya visto nunca”. Venados, carpinchos, gatos
monteses, pecaríes, zorros, lobos, garzas, pavas de monte, avestruces y hasta
pumas, poblaban densamente sus respectivos hábitats.
Los
perros cimarrones volvían difíciles los desplazamientos del hombre y azarosa la
vida del ganado menor. Un francés creyó verlos en 1845, desde su estancia en el
departamento de Colonia, organizados en bandas que atacaban a todo el rodeo
nacional: “De noche acampábamos en los valles, cerca de los bosques […] Ante
todo, rodeábamos el campamento de grandes cantidades de leña a la que
prendíamos fuego cuando venía la noche. Era una medida de seguridad
indispensable contra el ataque de manadas de perros convertidos en salvajes. A
veces, sorprendíamos a distancia un cuerpo de ejército de cimarrones alineados
circularmente en batalla. Los dos guías, colocados la cabeza del semi-círculo
avanzaban lentamente […] Después […] la carrera de los perros adquiría una
velocidad progresiva […] encerrando la
pequeño grupo de ganado en un círculo fatal. Allí comenzaba una batalla en
regla […] Un perro, dos, tres o cuatro, lanzados sobre los cuernos de un toro,
de una vaca, caían destripados […] Pero era preciso ceder al número y era raro
que un solo individuo, vaca o jumento, saliera sano y salvo […] Entonces los
perros victoriosos se instalaban en el campo de batalla y devoraban sus
víctimas hasta que no quedaban más que huesos esparcidos”.
Descripción del historiador José Pedro Barrán.
Fuente: J.P. Barrán, "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" Tomo 1 "La Cultura Bárbara 1800-1860". Montevideo, EBO, 1990.
Juan Manuel Blanes, "Carreta" (1878), óleo sobre tela.
Texto 2: La debilidad del Estado Oriental en 1830
“El Estado estuvo lejos de dominar el territorio nacional en aquella época. La organización administrativa y jurídica que le daba la Constitución de 1830 no se reflejaba en la realidad. Es que carecía de los medios necesarios para imponer esa autoridad.
Para empezar, el régimen impositivo no le proporcionaba los recursos suficientes para montar una estructura administrativa y militar capaz de hacer cumplir la voluntad estatal (…) Esa debilidad financiera impedía disponer de los recursos necesarios como para pagar la policía o a los soldados del ejército y ni que decir a otros funcionarios públicos como a los simples auxiliares de oficina o a los maestros, cuyos sueldos a veces demoraban seis meses en llegar.
Esa incapacidad del Estado se hacía notoria también en el plano militar. El Estado y el ejército del Estado, tenían las mismas armas que el ejército revolucionario: caballos y lanzas. No era más numeroso ni estaba mejor armado, ni podía por lo tanto, ser un poder incontrastable (…)
Esta situación se agravaba por las enormes dificultades en los transportes y las comunicaciones. Todavía era un país sin ferrocarril (…) sin telégrafo (…) sin puentes importantes.”
Fuente: Benjamín Nahum “Manual de Historia del Uruguay” Tomo 1. Montevideo, EBO, año 2000.
El Uruguay de 1830
Actividad:
1- Enumere las características del Uruguay de 1830, que aparecen en el texto de Barrán.
2- Fundamenta por qué, dice este autor que aquel era un "paisaje sin reglas".
3- Según el historiador Nahum, por qué el Estado no era capaz de imponer su autoridad en el territorio nacional?
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