domingo, 28 de mayo de 2017

El Uruguay de 1830 ( Tercer año)

Texto 1: "El paisaje sin reglas".

"Una primera comprobación: la naturaleza dominaba al hombre.
                El Uruguay de 1800 a 1860 no tenía casi puentes, ni un solo kilómetro de vías férreas, los ríos separaban las regiones en el invierno durante meses, las diligencias demoraban cuatro o cinco días en unir Montevideo con la no muy lejana Tacuarembó.
                La noche era invencible. Las velas alumbraban poco y el gas, recién instalado en 1856, iluminaba escasas cuadras de la capital desde su nauseabunda usina. El calor y el frío eran ingobernables; el carbón vegetal y la leña, únicas fuentes de calefacción, aliados con los ladrillos calientes en la camas, resultaban insuficientes en invierno. El frío era el estado natural de todos los habitantes entre mayo y setiembre y  por eso deseaban tanto el “veranillo de San Juan”.
                El ojo contemplaba muy pocas cosas que se debieran al hombre. Los sembrados eran pequeñas islas verdes en torno a no más de diez villas y ciudades. Lo edificado en éstas era escaso y la naturaleza se colocaba, penetraba, por doquier, y la continuidad de la edificación no era frecuente sino en torno a las plazas principales. Luego de la Guerra Grande, dirá Juan L. Cuestas: “Los pueblos parecían aldeas, las calles sin empedrado, donde los pastos crecían a la altura de un hombre […]”.
                La medición del tiempo, ese supremo factor distorsionador de la naturaleza, estaba regulada en el Montevideo de 1850 más por las campanadas del reloj de la Iglesia Catedral y los toques de oración que por los enormes y raros relojes de bolsillo que pasaban como joyas de generación en generación. El tiempo estaba determinado por la altura del sol, sobre todo porque los trabajos predominantes –en la campaña y aún en la ciudad- se realizaban siguiendo el reloj biológico de la madrugada, la mañana, el mediodía, la hora de la siesta y la tarde. Únicamente los saladeros, durante la zafra, violaban esta regla.
                La naturaleza era agresiva con el hombre. Los ríos no se podían vadear sino en puntos determinados y sus saltos y corrientes no habían sido disciplinados. Las ciénagas, los esteros y los bosques abundaban.
                Eran también numerosos los animales salvajes, al grado de que el litoral del Río Uruguay fue calificado en 1859 por el marino norteamericano J.A. Peagody, como “la mejor región de caza que haya visto nunca”. Venados, carpinchos, gatos monteses, pecaríes, zorros, lobos, garzas, pavas de monte, avestruces y hasta pumas, poblaban densamente sus respectivos hábitats.
                Los perros cimarrones volvían difíciles los desplazamientos del hombre y azarosa la vida del ganado menor. Un francés creyó verlos en 1845, desde su estancia en el departamento de Colonia, organizados en bandas que atacaban a todo el rodeo nacional: “De noche acampábamos en los valles, cerca de los bosques […] Ante todo, rodeábamos el campamento de grandes cantidades de leña a la que prendíamos fuego cuando venía la noche. Era una medida de seguridad indispensable contra el ataque de manadas de perros convertidos en salvajes. A veces, sorprendíamos a distancia un cuerpo de ejército de cimarrones alineados circularmente en batalla. Los dos guías, colocados la cabeza del semi-círculo avanzaban lentamente […] Después […] la carrera de los perros adquiría una velocidad progresiva […] encerrando  la pequeño grupo de ganado en un círculo fatal. Allí comenzaba una batalla en regla […] Un perro, dos, tres o cuatro, lanzados sobre los cuernos de un toro, de una vaca, caían destripados […] Pero era preciso ceder al número y era raro que un solo individuo, vaca o jumento, saliera sano y salvo […] Entonces los perros victoriosos se instalaban en el campo de batalla y devoraban sus víctimas hasta que no quedaban más que huesos esparcidos”.

 Descripción del historiador José Pedro Barrán.

 Fuente: J.P. Barrán, "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" Tomo 1 "La Cultura Bárbara 1800-1860". Montevideo, EBO, 1990.


Juan Manuel Blanes, "Carreta" (1878), óleo sobre tela.

Texto 2: La debilidad del Estado Oriental en 1830

“El Estado estuvo lejos de dominar el territorio nacional en aquella época. La organización administrativa y jurídica que le daba la Constitución de 1830 no se reflejaba en la realidad. Es que carecía de los medios necesarios para imponer esa autoridad.
Para empezar, el régimen impositivo no le proporcionaba los recursos suficientes para montar una estructura administrativa y militar capaz de hacer cumplir la voluntad estatal (…) Esa debilidad financiera impedía disponer de los recursos necesarios como para pagar la policía o a los soldados del ejército y ni que decir a otros funcionarios públicos como a los simples auxiliares de oficina o a los maestros, cuyos sueldos a veces demoraban seis meses en llegar.
Esa incapacidad del Estado se hacía notoria también en el plano militar. El Estado y el ejército del Estado, tenían las mismas armas que el ejército revolucionario: caballos y lanzas. No era más numeroso ni estaba mejor armado, ni podía por lo tanto, ser un poder incontrastable (…)
Esta situación se agravaba por las enormes dificultades en los transportes y las comunicaciones. Todavía era un país sin ferrocarril (…) sin telégrafo (…) sin puentes importantes.”


Fuente: Benjamín Nahum “Manual de Historia del Uruguay” Tomo 1. Montevideo, EBO, año 2000.

El Uruguay de 1830

Actividad:

1- Enumere las características del Uruguay de 1830, que aparecen en el texto de Barrán.
2- Fundamenta por qué, dice este autor que aquel era un "paisaje sin reglas".
3- Según el historiador Nahum, por qué el Estado  no era capaz de imponer su autoridad en el territorio nacional?

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